jueves, 18 de diciembre de 2014

Revisitando la primavera árabe cuatro años después. Un sueño que derivó en pesadilla.

Como muchos y muchas sabréis, con esto de tener dos hijos, muchas empresas confiándote su presencia en el social media, colaborar en varios programas de TV y dedicar, por supuesto, tiempo al ocio y a disfrutar con amigos y amigas, se me hace muy difícil mantener vívo este blog.

Actividades que me reportan grandes cosas, como la de tener como amigo a Mustafa Akalay, persona interesante donde las haya y con la que compartir diez minutos es más que una clase magistral.

Es por esto por lo que comparto este genial articulo de Akalay, que me lleva poco tiempo subir! ;)

Revisitando la primavera árabe cuatro años después. Un sueño
que derivó en pesadilla.


Por Mustafá Akalay Nasser.



Desde finales del 2010, el Magreb y Próximo Oriente han conocido
importantes cambios políticos, cambios que ponían fin a décadas de
dictaduras. Olas de protesta y revueltas pacíficas que generaron sin
excepción situaciones sociales abiertas y dieron lugar a grandes esperanzas
de democratización.

La primavera árabe arrancó en Túnez con la inmolación a lo bonzo, el 17
de diciembre de 2010, de un vendedor ambulante de frutas, Mohamed
Bouazizi, debido a sus problemas con la policía, desatando una ola
de manifestaciones en Sidi Bouzid que se extendió desde los barrios
periféricos de Túnez hasta su misma capital y derivó en la caída de Ben Ali
tras 23 años en el poder.

La toma de las plazas en Túnez y Egipto por medio de las acampadas,
generó una concepción nueva de la realidad árabe. Las protestas
necesitan, para poder ejercer su poder, de espacios de encuentro y de
contacto. Esos lugares son justamente los espacios públicos.
La acampada de Sahat At Tahrir o plaza de la liberación nunca buscó la
separación, y por eso suscitó tantos flujos de solidaridad dentro/fuera.

Nunca se planteó como un afuera utópico, sino como una invitación a
los indignados egipcios a luchar juntos contra la dictadura de Mubarak,
rechazando viejos paternalismos y, demandando una democracia que
consistiera en compartir derechos y participar en el juego político en
igualdad de condiciones.

“Sólo queremos más libertad y democracia” gritaban los sublevados
egipcios atrincherados en Maydan At Tahrir. La plaza de la liberación del
Cairo, se convirtió en el símbolo de las protestas árabes. Allí conocieron
los egipcios la marcha de Hosni Mubarak y allí regresaron para exigir la
dimisión del islamista Mohamed el Morsi, en junio de 1913, que semanas
después fue derrocado por el general Abdel Fatah el-Sisi.

Las revueltas en Túnez, Egipto y Libia dieron pie a una oleada de
transiciones democráticas, libertades políticas en países en las que el
autoritarismo, la represión y la corrupción habían imperado durante
décadas. A pesar de esto, gran parte de las expectativas creadas en
torno a estas rápidas y heterogéneas transiciones se han visto frustradas.

Cuatro años después no se puede hablar de mejoras, sino de alarmantes
retrocesos en la mayoría de estos países en transición. Las sublevaciones
que sacudieron Oriente Medio y Norte de África no se han traducido en
más democracia y libertad para los pueblos árabes, sino que han derivado
en estados fallidos, nuevos dictadores y un auge del radicalismo religioso.

“No es recomendable ser árabe en nuestros días. Da igual cómo se mire:
desde el golfo Pérsico al océano Índico, el panorama es sombrío ¿Cómo se
llegó al marasmo actual, quizá más intelectual e ideológico que material,
pero que lleva a que los árabes crean que no tienen más porvenir que el
señalado por un milenarismo enfermizo? ¿Cómo se llegó a despreciar una
cultura tan viva y profesar el culto a la desgracia y la muerte?”1

1 Samir Kassir :“De la desgracia de ser árabe”, Almuzara 2014.

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